Nulla dies sine linea

07 junio 2008

3 visiones

PRESENTE

Un buen año es la horrible película de Ridley Scott, con aquel actor que descubrió en una impagable cinta de cine negro repartiendo guantazos y enamorando a una adorable Verónica Lake de artificio más guapa que la real. Pero son las palabras que se le ocurren para valorar el que probablemente llegue a convertirse en el mejor año de su vida, al menos hasta el momento, contando la vida apenas por dos decenas, tan insignificantes cuando contempla las arrugas que surcan los rostros de padres y abuelos. El caso es que se han producido cambios sustanciales en la sustancia de su existencia. Comenzando la universidad, ha visto como se le puede valorar a alguien por su trabajo y el placer de estudiar lo que te gusta, alejado de esas imposiciones que tantas ilusiones han castrado que es el sistema educativo actual, el odioso instituto, que disecciona a cualquier alumno que despunte, sea por arriba o por abajo. Ni la escuela ni los profesores están preparados para chavales con cualidades distintas a la mayoría. Acabar ese paso por el infierno fue un feliz éxito.
Ha madurado en muchos sentidos. Se puede observar al asfalto y las nubes desde otras perspectivas, y el trance le ha ayudado a comprender que solo uno puede salir de sus cárceles, que nadie del cielo te va a ayudar a mejorar tu paso por el suelo.Luego está ella, que tanta estabilidad le proporciona. Decía Niemeyer en una entrevista que “la vida es tener una mujer a tu lado y que sea lo que dios quiera”. Es más que eso, es algo tan imprescindible como vital. Te hace la vida más amable, más dulcemente sosegada. Descubrirla y admirarla, compartir cada momento y las ilusiones de una juventud espléndida. El presente se muestra cariñoso y esperanzador, y eso acompaña para disfrutar de las cosas que le han gustado siempre: el cine, la música, la literatura... placeres impagables que hacen más vivible la vida, terapias cuando el monstruo de la tristeza ronda cerca y perfectos acompañantes de viaje cuando el trayecto es limpio y hermoso. Ya lo dice Van Morrison: Estoy en el cielo, cuando tu sonríes.

PASADO

El chico miraba distraído aquella hilera de botellas tras la máquina registradora. Escudriñó al camarero, hacía ya rato que le había pedido esa canción con la que encharcar aún más un corazón a la deriva y no se la había puesto. Su alma lloraba por dentro y se sentía cómodo en esa situación, hacerse la víctima, protagonizar el rol de personaje acabado, hundido o destrozado que aplaca sus miserias a golpe de codo de barra. Ella le había despreciado una vez más y los besos inciertos de anteriores tardes eran un recuerdo bonito que se hacía hierro candente en semejante situación. Cuanta desazón habitaba en su situación, con la cantidad de problemas que le creaba su rendimiento académico, aquel jefe de estudios ágrafo e inútil que encontraba placer en el desprecio y el castigo moral a los chavales rebeldes, en despreciar situaciones que no alcanzaban a su comprensión. Escapar, escapar a la realidad con altas dosis de veneno intoxicador y huir también del recuerdo de una mujer cuyo amor se presentaba como única vía de escape. Eso era lo que buscaba noche tras noche uno o dos días a la semana. Que duro es ser adolescente, a caballo entre el ocaso de la felicidad de la infancia que se ha quedado pérdida en la mas pura inocencia de los juegos, de aprender a multiplicar y dividir y de no importar que día amanecerá mañana y la adulta vida que aguarda con sus sombras inciertas acentuadas con fracaso tras fracaso y angustia tras angustia.
Aquel chico sabe que esta noche no acabará bien para nadie. Ni su bolsillo, ni sus neuronas, ni su estabilidad, ni el camarero que se demora en poner la demandada canción y que pronto recibirá el primer insulto.

FUTURO

Hace como que escucha a sus dos compañeros de trabajo que devoran con especial dedicación aquel emparedado impregnado en humeante café mientras le mira el escote a la camarera, que recoge, limpia y sirve a toda prisa, agobiada por el ajetreo de la media mañana y la cantidad de clientes que buscan algo que meter en un estómago sin estrenar desde las 8 de la mañana. Que poco le importan sus conversaciones absurdas sobre fútbol, lo bien que le va al chiquillo en sus clases de inglés o lo repugnante que es el nuevo jefe de sección.
Siempre es igual, deseando que pase el día para llegar a casa junto a su mujer, poder relajarse un rato en el gimnasio y ver una película tirados encima de la cama. Pero esta semana es de especial trabajo con los números especiales y toda la historia. Sabe que su superior está mosqueado por sus ironías, la mala leche y los sutilmente ingeniosos comentarios de los que nutre sus artículos, sin nadie que se libre de la quema. Cree que puede intentar ser más educado, menos polémico... en definitiva, ser uno más. Pero si le quitan su coraza con la que descargar contra un mundo y unos habitantes que nota que no son los suyos, perdería el sentido último de la existencia. Sus lectores valoran ante todo la sinceridad y la naturalidad con la que se muestra, pese a que no puede ni quiere ser de otra forma. No es una pose, ni un intento de ser inútilmente provocador, es su forma de comunicar lo que siempre le ha gustado y lo que opina de todos los políticos, películas, personajes y paisanajes que pueblan esta simpática sociedad en la que vivimos. Anteayer el subdirector le dio un nuevo aviso. Esta tarde se siente más vivo que nunca, mucho más animado. Enciende el ordenador y con el punteo empieza a teclear un nuevo texto: “Habitualmente me suelo poner bastante malo con la imbecilidad imperiosa y reinante con la que convivimos día a día...”

No hay comentarios: