Nulla dies sine linea

07 marzo 2008

Quiero la cabeza de...


I
Hubo un día en que llegó a ser un escritor fracasado y un guionista sin futuro. Fueron sus mayores logros sobre unos andamios de papel. Acumulaba montones de textos en cajas. Ambos se observaban largas horas en silencio. Durante noches se retaron. Nunca se atrevió a enfrentarse a ellas, ni a ellos, a sus textos, pues temía los demonios del pasado, en su interior aún conservaba el irracional miedo de resucitar a las mujeres ficticias que había creado imagen y semejanza de las reales, las que tuvo la suerte o desdicha de conocer en sus años de infructuoso vagar en busca del amor permanente.

Durante un tiempo quiso querer a una muchacha de incierto sonreír que parecía dar por fin destino a una estrella errante de voz aguardentosa, víctima de los desmanes de la vida, rehén de un estado mental sin salida de emergencia aceptable. Tenía la pálida mirada que solo pueden poseer los ángeles. Por eso creyó en un Dios que reservaba su mejor regalo para después de pisoteado el umbral de los 40. Y tuvo fe en que ese invisible le cedía un pedazo de gloria para vivirlo. Y miró más allá de jardín de polvo que adornaban carreteras indómitas por las que vagar con la esperanza de que el último bar fuera el primero de algo nuevo. Y donde se obligaba a imaginar que una prostituta era una doncella de dulce sabor y único postor. Si acaso era capaz a reconocer el sentimiento cuando lo poseía, entonces fue feliz ese año recostado en las piernas y penetrando en los brazos de aquél regalo sin dedicatoria.

II
Hoy la noche es un pesebre de metal que augura una mañana nublada. Alguien escucha melancólicas baladas tumbado boca arriba en la cama, fumando un pitillo en silencio. Tiene aspecto cansado, y las arrugas del rostro marcan el rodaje de unos días aciagos.Deja la mente en blanco. Necesita de la nada para pensar. La cama es un ataúd, y las sábanas sudarios, que diría el capitán Ahab.¿Dormir? Unas últimas notas se lamentan en cinta grabada y el humo que aspira deja de correr, desvaneciéndose en la cargada oscuridad. Su nada se transforma en una sucesión de imágenes con el sin sentido de los recuerdos mezclados con lo absurdo. Piensa en los años que pasó en la escuela, en el gruñir del motor ascendiendo por la cuesta de una aldea, en trozos de hielo picado y moscas revoloteando alrededor de lo que queda de un gato. Se acuerda de ella y del invierno moviendo leña de un sitio a otro del garaje. No quiere que sea de otra forma. El sentido de vivir se ha marchado a hurtadillas de golpe, y en horizonte una única premisa. Alguien nos engañó cuando nos contaron el cuento a su manera. Un viejo revólver reposa en la mesita. La vida es demasiado sucia y gris, polvo y arena; un motel en medio de cualquier lugar de México. Un perdedor enamorado de una chica muerta. Unos hijos de puta causantes y localizados. No espera grandes cosas de su última función. Será un festín de sangre.

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