Nulla dies sine linea

05 febrero 2011

Fabulosa



¿Recuerdas aquella vida en que nunca te escondías, que defendías a muerte lo que solías creer? Mira cómo has traicionado toda mi ilusión.


Nunca me he fiado de la gente que no tiene dudas. Yo que siempre ponía un interrogante a cada cosa, que mis inquietudes superaban mis certezas, que esperaba constantemente y con interés una respuesta que fuera más allá de "porque sí" o "porque no". Por eso me fascinó tanto aquella mujer. Ella era un animal de raza. Una entre un millón. Sus padres eran caso aparte, un reducto de otra época. No contentos con llevarse a todos sus hijos a un colegio religioso como si fueran ovejas, se empeñaron en transmitir sus propios anticuados valores y creencias en ellos. Pero esta chica era deliciosamente discordante, una mente muy fuerte, con ese toque de provocación en la mirada, esa boca pequeña y enteramente besable; una de esas jóvenes que no necesitan hacer el menor esfuerzo para que los hombres se enamoren de ella, fuertemente independiente, rabiosamente bella. Durante largos períodos odiaba cordialmente a su familia. Decía las cosas según le venían, tenía ese punto de bastedad que a veces se dan en las naturalezas grandes y finas. Y detestaba al resto de mujeres. Representaban para ella las cualidades que sentía y despreciaba en sí misma: bajeza, orgullo, cobardía y mezquina deshonestidad.
Era muy sensual y eternamente perturbadora, como si todos los pecados imaginables pudieran tener cabida en su cuerpo. Buena parte de de esa atracción radicaba en su forma de ser, en su cabeza en constante actividad, su lucidez, sus certezas, ese enorme sentido común con un toque alocado. Me encantó su extraña y excéntrica sabiduría, la forma de pensar por sí misma y de mantener sus principios aunque tuviera que ir contracorriente. Utilizaba a los hombres porque sabía de sus virtudes y miserias, podía manejarlos como si fueran un coche de dirección asistida y sacaba provecho de ello; era fácil intuir que quería poder llevar una vida que fuera una cadena de aventuras con un hombre en cada eslabón. Para ella no era más que un sencillo juego.
Al conocernos se engancharon nuestras personalidades. La primera vez que quedamos a solas, después de días de disimular y de mucho hablar, me miró de forma provocativa mientras sus ojos centelleaban y me preguntó: "¿Quieres besarme?". Sin duda no perdía el tiempo, sabía lo que quería e iba a por ello. La besé como si me fuera la vida en ello. Como si todos los caminos de mi existencia tuvieran como final del sendero ese beso.

Unas semanas después estábamos profunda y apasionadamente enamorados. Aquellas cualidades inconformistas de nuestra forma de ser que habían echado a perder media docena de romances quedaron ahogadas por la gran ola de emociones que nos arrastró. Nuestras anteriores aventuras amorosas nos parecían cosa de risa. Pensábamos que la vida era inevitablemente nuestra. A ella le gustaba beber tanto como a mí, y su conversación se tornaba más espectacular y sobria según se empapaba del fruto de las botellas, y así echamos a andar por los sensuales y vibrantes caminos de la noche; y en la dulzura de sus ojos puestos en mí había más embriaguez que en el vino.
Llegamos a ese punto donde la experiencia te hace sentir el miedo de que ese pueda ser el punto culminante, el cénit de la cúspide del amor y que desde ahí todo sea incontrolablemente hacia abajo. Siempre se llega a una intersección donde todo el amor construido se torna en destrucción. El amor y la belleza pasan. La belleza está en el aroma de la flor de la juventud, y cuando la flor muere...
Pero la belleza estaba en nosotros, era ella la más preciosa criatura, la más incorformista y trangresora; se había enfrentado a todo lo impuesto en su entorno y había ganado una identidad propia, una inimitable forma de ser y de pensar. Un día la agarré suavemente por los hombros y fíjamente deleitándome en sus bonitos ojos le dije: "aunque pierdas nunca te sientas derrotada, tienes algo que muy pocas personas pueden tener, esa forma de ser tú misma, de vivir a tu manera, de ser parte de la sociedad pero sin dejar de tener la visión crítica; eres la chica más increíble que conocí nunca. Ya eres una ganadora por eso".


"Léete este libro", "mira esta conferencia", me decía con la misma desenvoltura y naturalidad con la que se bebía media botella de ginebra. Ella sabía que en pocos hombres podía encontrar lo que yo le daba. Un contrapunto a su elegante y natural inteligencia, una referencia intelectual que le combatiera de tú a tú en los envites de conversaciones nocturnas y con espejismo de trascendencia, la misma forma arrogante de despreciar a jerarquías y manipuladores, de defender nuestras libertad por encima de todo, de que el cerebro siempre primara por encima del físico, aunque el nuestro fuera cautivador. La gente entonces nos perdonaba nuestra actitud y nuestra vanidad, nuestra manía de tratar a la gente como si fueran imbéciles y salirnos con la nuestra.
Fantaseábamos con educar a nuestros hijos en libertad, en imprimir valores que no estuvieran sujetos a ninguna moralidad interesada; en nuestra propia libertad, los viajes, ser nosotros y a nuestra manera, beber en playas hasta ver amanecer, ser hermanos del horizonte y las interminables carreteras que llevan a alguna parte, la promesa de noches de calle y canciones.

Ella decía, con gracia pero muy seria, que no quería ser la señora de nadie, no veía viable esperar sentada en el sofá a que su marido llegara del trabajo y le contestara de mala manera porque venía cansado, no iba a ser un objeto de deseo y admiración en aburridas reuniones sociales donde plantar perpetuamente una sonrisa en el rostro y cordialidad en los labios.
Y de un verano para otro, ella pareció envejecer de golpe. O crecer. Ya no era la madurez desentendida y jovial de antes, era más bien una sombra serena y cauta lo que abordaba sus ojos, que parecían haber ganado unos años de golpe. Empezamos a distanciarnos como una vela que no termina de morir, apagándose lentamente en el viejo mueble de un salón. Yo seguía viviendo acorde a mis objetivos. No me iba mal, tenía talento y dinero suficiente para vivir con comodidad, pero mi futuro laboral era siempre incierto e inestable, mi desencanto con el mundo parecía más bien una pose de otros tiempos. Para ella cambiaron las prioridades.
Fue como ver morir a un pajarillo. No pude hacer nada, y una parte de mi vida se escapaba irreparablemente entre mis dedos, como un soplo de aire imposible de retener que expira en la mañana.
Supongo que fui víctima de la misma condenada trampa del tiempo y sus sentidos, de la belleza que habita en las cosas extraordinarias, de la ingenuidad de querer vivir para siempre esa ilusión. Pero pese al daño causado, la quería, la quería mucho, imposible borrar todos los momentos, las confidencias, la mutua admiración, el intenso fulgor del amor en sábanas limpias, las terrazas de hoteles que nos habían visto anochecer, la felicidad rondando las praderas de lo absoluto, aquella celebridad de su mirada y lo candente de su melena rubia sobre mi pecho, aquel oponerse al mundo y vencer, la intelectualidad alcohólica y melancólica añorando pasados tiempos mejores, conocer libros que para siempre serían de los dos, las últimas risas de una generación perdida.

Está casada con un tipo que es todo lo contrario a mí. Una especie de pez gordo "neocon" cuyas inquitudes culturales empiezan y terminan en los 50 centímetros de su maletín. Lo veo muchas veces, bien vestido y con aires de ejecutivo. No sé si sabe que tiene una joya en casa. Tal vez no sepa (tal vez nunca supo) sacarle el partido, encender sus sentidos y todo lo que es capaz de dar, su inmensa cabeza y lo fabuloso de su personalidad. Tal vez a ella no le interese tampoco conectar así a estas alturas, con demasiados noviembres en el yumbo. La practicidad se impone. Ya no somos jóvenes corriendo por la arena de madrugada y cantando al viento nuestra libertad e independencia. Yo sólo sé que nunca el miedo nos frenó. Y conseguimos llegar muy lejos. Esos ideales que mezclábamos con veneno. Ella ha llorado muchas veces, estoy seguro, pero yo aún sigo llorando.
Conozco las siglas de esa organización donde trabaja su flamante marido. Seguí la pista del movimiento de renta y la empresa desemboca directamente en un monopilio con numerosas acciones de la Iglesia Católica. También utiliza diversas conexiones como una forma de limpiar divisas fácilmente, para aparecer limpias al otro lado. Un reguero de lujo financiando también partidos políticos. Y al pensar en ella se me cae el alma a los pies. Todos nos encontramos al final en el mismo punto del engaño; y hoy sus ideales visten de traje, sus ojos apagados son el reflejo de la inexorable demolición de los valores ilusorios, el vendernos a nosotros mismos al mejor postor y a muy bajo precio, traicionar todo lo que uno fue para salvarse.

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