Nulla dies sine linea

02 octubre 2008

De periódicos y madrugadas

Cuando era joven y creía en la exaltación de sentimientos, en la revolución y agitación de las mentes, en los grandes titulares y las oportunidades de esa cosa incierta llamada destino, recorría los rincones de las vivencias de mis amigos en noches a la luz de varias copas inhibidoras y anestésicas. Era agradable descifrar claves ocultas del mundo, del universo de los libros o del cine.
Cuando iba caminando hacia casa, bien entrada la madrugada, incluso a veces rayando tímidamente el alba, acostumbraba a coger una barra de pan de un saco colocado a las puertas de una cafetería y el periódico de la nueva jornada que ya atisbaba. No era un robo, digamos que era un préstamo, o un tributo por la osadía de dejar en la calle los repartos de pan y prensa. Leía con mucho interés las noticias del día, y sentía mucho más profundamente las desgracias, la ira de los destacados políticos o religiosos y los sucesos. También me entusiasmaban los textos de los columnistas que allí escribían, me parecían relatos magníficos, colosales, y al llegar a casa incluso los recortaba para poder leerlo al día siguiente temprano antes de que mi padre se llevara el periódico a pasar el día con él, igual que se llevaba una novela a la playa o un bocata de tortilla las tardes de campo.
Pero al día siguiente la decepción era grande, descubría que no eran tan buenos ni tan fascinantes, las maravillosas sensaciones habían desaparecido y los veía normales y simples. Me sentía defraudado por mi artificial excitación de la noche anterior y por la traición de mis sentidos. Pero en el fondo pensaba que en mi estado de ligera (en ocasiones) ebriedad comprendía mejor esos mundos de sus personaje, esas historias cruzadas y vidas rasgadas de sus líneas; o esa opinión perfectamente expresada de un analista político, que había utilizado argumentos que antes de dormir me habían erizado la piel por su sensatez, su coherencia y su sentido común, pero ahora era solo demagogia disfrazada de periodista.
Por mis experiencias con los relatos de la prensa hurtada de una cafetería nunca me hacia ilusiones con las mujeres. Sabía que la noche daba cabida a hembras con la pose de auténticas, a lobas con piel de terciopelo y a artificio con perfume de Channel. Me había pasado que al despertarme con fuerte dolor de cabeza y manchas de carmín por el cuello, un papel y un número me sobresalían del pantalón como sobresale un herpes en el labio. Marcaba ese nombre anónimo apodado, por ejemplo, Tamara, con los bellos recuerdos volviendo a mi cabeza, y la voz que contestaba no era ni tan dulce ni tan bonita que como mi memoria la recordaba. Y es que uno no podía fiarse ya ni de su cerebro, tantas veces alterado para hacernos ver lo que no es, sentir lo que no sentimos y enamorarnos de quien no debemos.
Ahora que han pasado los años, ni robo periódicos ni llamo a números sin más referencia que unos besos a mordiscos en el portal de cualquier calle; y compruebo que la vida es mucho más triste sin aquellas fastuosas columnas con hedor a whisky que me hacían creer que la rutina estaba llena de belleza impresa, y las tragedias son más banales y cotidianas. Mi mujer dice que soy un aburrido, y aún recuerdo esas noches incendiarias donde la realidad y la ficción se entremezclaban para dejar paso a un recorte amarillento y un papel en el bolso con un número de teléfono.

1 comentario:

Que Viva La H!!!!!! dijo...

despues de un mes estrella errante ha vuelto. no sabes cuanto me alegro!!
como siempre, tus relatos no defraudan! excelente!!

(L)