"Y ahora que todo es más viejo, más frío y más gris, y sientes como el tiempo va a por ti"
Cuando cierra un bar de los años pretéritos es como echar la persiana al pasado. Rebobinar la vida y comprobar que se han clausurado demasiadas etapas, y entre esas paredes mudas y desconchadas ha quedado atrapada la memoria de lo vivido. Cómo duele la melancolía con tanta pena en su interior. ¿Cuánto ha pasado desde aquella primera vez, 20 años?
Contemplar las
ruinas de lo que fuimos. Todo arrasado y apenas queda nada de la
alegría a carcajadas y el tren que tantas veces quisimos perder. Esa
ciudad está atravesada de recuerdos, de anécdotas en cada rincón,
de tanto personaje mítico y emociones a flor de piel, tan pequeños como éramos y tan endiablados. Me lo dijo una vez mi amigo Rayo, sentados en el
Berlín de Madrid. Somos de la ciudad donde hemos pasado nuestra
adolescencia. Allí están nuestros más queridos y dolorosos
recuerdos, volved a mí, vosotros sois mi juventud, el amor y la
ruina de mi alma.
Hemos visitado demasiados sitios, nos hemos
emborrachado en casi todas las grandes capitales y dormido en los
aeropuertos, y sin embargo nuestro corazón y sus mejores latidos
pertenecen a esas primeras esquinas, a esos tragos inciertos, la
mirada de un niño que confunde el amor con la atención, el legado
del pecado, pieles despertando con el roce en aquel delicioso
descubrimiento. Y, sin embargo, ya no reconozco muchos rincones. Hay una peluquería donde antes estaba aquel puto bar que nos acogía. Las mesas de nuestra pequeña libertad de sábado por la tarde son ahora una inmobiliaria, y la chica que ambos nos partió el corazón con la sonrisa canalla y la caída de aquellos ojos verdes hoy tiene tres hijos y un marido gilipollas. O aquella otra a la que dimos de lado por seguir aquel frenético caminar, naufragando en cada atardecer. Era preciosa y nos daba igual. Orejas claveteadas. Chicos riéndose haciendo un tatuaje. El lado mágico de lo peligroso. El cariño se derrochaba, había besos para todos, tantas veces abandonamos o nos abandonaron, dejamos de querer en contra de nuestra voluntad, ignoramos el aprecio o esquivamos el compromiso.
Hay gente que piensa que
sería estupendo descubrir la verdadera naturaleza de la tristeza. Yo
te digo que está en esta espantosa cotidianidad, en los días sin
sentido añorando los días buenos, en esos madrugones a las 7 de la
mañana arrastrando los pies por el metro que atraviesa las sucias
entrañas de esta enorme ciudad. Sin pensar en fantasmas de vidas pasadas, ensombrecidos en cuerpo y espíritu. A los recuerdos les falta coherencia, sólo les pones nombres para así poder encontrarlos en la oscuridad.
Los
primeros amores, una vida abierta a la novedad y al descubrimiento.
Mira nuestra generación. Hemos cruzado una incierta frontera, con
los amigos muertos que nos sonríen desde ese lugar tenebroso y las
bodas y los nacimientos que se suceden en las biografías de aquellos
con los que atentas bebías, pensar si eso es lo que imaginamos y lo
que creímos que seríamos. ¿Son felices? ¿Lo somos? Anestesia ante el dolor por el futuro furioso que nos esperaba. Las canas, las arrugas, los achaques, las
despedidas y los olvidos. El abandono. Ya nadie queda en la esquina
del barrio cuando llega el viernes, callejeando siempre en busca de
acción. Mira la tristeza de las calles vacías, de las canciones que
ya no escuchamos, los otoños que caen sobre todas las cicatrices sin finales felices. Lo que nos pasó. Aquella recesión y
la incertidumbre de hoy. El paro y la ansiedad, aquellos que nunca lo
lograron, que nunca lo superaron. Y eso que andábamos sin lastres
digitales, sin sonrisas de cartón en una red social. Fuimos la
generación correcta en el momento equivocado. Mira los bares que ya
no existen, como las bocas que nunca regresaron, cuando se marchitó la última flor. Mientras todo se nos
une en la maraña de un paisaje onírico antes de irse nublando en la memoria del tiempo.
Poco a poco perdiéndose para siempre.
En recuerdo de La Maniega, El Descanso, Kandela, Alkor, Kapital, Dolce, El Rastro, Chiribí y tantos otros.
1 comentario:
Cómo se puede decir tanto en tan poco…Nunca dejes de escribir.
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