Nulla dies sine linea

22 febrero 2014

Pantallazos



Mi vida se ha hecho de imágenes asociadas a recuerdos. De personajes ligados a sensaciones. Años felices de infancia y celuloide en el que observaba sentimientos de pantalla con los que no lograba conseguir asociación, pero ya buscaban ansiosos un hueco en mi memoria.
Ahora, que ha pasado el tiempo, que la existencia me ha enseñado lo que implica ser mujer y pagar las facturas de ello, descubro que aquello tenía otro significado, encontrado al moldear la percepción que supone madurar.
Como los dos personajes derrotados de incierto futuro que aún así siguen sonriendo y jugando en la soledad nocturna del campo, en el final de En bandeja de plata. Un mensaje que nos mandaba el genio Billy Wilder que, pese a todo, hay que seguir manteniendo la brizna de alegría.
De alguna manera, es similar al ataque de risa en El tesoro de Sierra Madre después de perderlo todo. No es de extrañar, ya que su director, John Huston, realizó uno de los más desoladores retratos de los hermosos vencidos en Fat City, antes de que yo supiera que la vida se puede congelar y puede ser absurda en la barra de un bar.
Aquella pregunta cargada de significado de Tony Curtis a Janet Leigh en Los vikingos: "¿Por qué ha dudado?", le peguntaba a la que entonces era su mujer en la vida real, sin saber que había matado a su hermano.
Pude llegar a sentir una mezcla de comprensión y compasión hacia la mujer del futuro senador que nunca mató a Liberty Valance, la que eligió el éxito y la seguridad por encima del hombre que amaba; aunque algunas preferimos la flor de cactus a las rosas.
Vivir pasiones que no mueren ni con el paso de los años, sentir el ardoroso peso del pasado como Gérard Depardieu y Fanny Ardant en la desbocadamente preciosa y trágica La mujer de al lado.
Y mientras en boca de todos está El lobo de Wall Street, yo pienso bastante en otra película de Scorsese, aquella que siendo niña me aburrió y hoy se presenta devastadora. Cómo mira Michelle Pfeiffer a Daniel Day-Lewis en La edad de la inocencia, ese amor oculto lastrado por una sociedad hipócrita de apariencias, atravesados sus deseos por esa doble moral que aún hoy pervive en determinadas familias, salvando los muebles de una aburrida rutina que no dé que hablar. Así, conmueve el individuo que renuncia a arriesgarlo todo, la mirada del hombre canoso a la ventana abierta donde aguarda la que fue su última oportunidad en el terreno sentimental, y ese pesar entrado en años que renuncia a subir, sabiendo que la vida le ha pasado por encima.

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