Nulla dies sine linea

28 enero 2010

Sonia

Ella no lo sabe, pero nunca volví a ver de la misma manera a mi hermana desde aquella mañana. Fue un vuelco inesperado, una incursión a una parte desconocida de ella, la sonriente Sonia, la cálida Sonia, tan amable y discreta, tan indiferente a ciertos estímulos, tan despreocupada a primera vista, tan irresponsable en algunas cosas que traen de cabeza a nuestra madre, tan ella y tan vista por todos nosotros que el murmullo que sale de su habitación cuando entona sus cancioncillas es una melodía de fondo a la que no prestar atención. Sonia, que era tan directa y segura, que parecía no tener secretos, ni aristas, ni nada aparte de esa dulzura plácida que encantaba a los hombres.
Aquél día cumplía 23 años. La pequeña había crecido, la misma que yo cogía en brazos con trémula delicadeza procurando no dañar su cabeza de bebé en la foto que hay en la segunda balda del mueble del salón, esa cosita rosada y sin pelo estaba ahora ahí durmiendo sin despertar aún a su cumpleaños. Nunca me aventuraba a invadir su habitación, pero ese día era especial; y con un grito de triunfo exaltado le vacié un cubo entero de agua sobre la cara somnolienta a modo de felicitación. Cabrón desgraciado me llamó en su abrupto despertar, torciendo el gesto y amagando con la mano aunque sus ojos no podían disimular una sonrisa que moría en el borde de los labios sin producirse; y marchó a toda velocidad al baño a secarse, antes de que se fuera a desayunar. Yo miraba complacido las sábanas que intentaban absorber el agua, el colchón empapado. Entonces me fije que, entre un hueco de la cama y la mesita, practicamente imperceptible, existía como un falso cajón, una pequeña rendija en la que apenas podría caber una libreta. Al introducir la mano saqué un cuaderno de tapas azules pulcramente conservado cuya rugosidad era agradable y táctil. Había tan solo una página escrita a bolígrafo. Será alguna carta de amor de esta loca desentendida, pensé. Antes Corroboré que del baño pasó directamentea la cocina y comencé a leer.

“A veces cavilo sobre mí misma y en cada ocasión llego a distintas conclusiones, como si yo no viniera de la otra, como si habitara en departamentos estanco independientes que me modulan y me cambian.
Sé que en etapas he conocido el abismo, amarrándome a la noche para no perder el control, consumiendo los Orfidal a escondidas, sin que nadie notara mi angustia. La ansiedad que recorre tu pecho cuando cabeceas de un lado a otro de la almohada, cuando observas en rostros y personas que todos sonríen igual, que nadie nota nada, aunque tal vez ellos mismos estén también sufriendo o decepcionados de su puta vida. Nadie, ni en esta casa, ni mis amigas ni en el trabajo me conoce lo más mínimo, tiene una imagen distorsionada, la que les ofrece mi disfraz, pero serían incapaces de adivinar mis silencios ni las sonrisas de medio lado, ni las ausencias de mirada perdida ni ninguna otra cosa que prescindo y oculto.
Este dolor que casi puedo morder y me atraviesa por dentro, este fuego sosegado de brasas que se consume a una exasperante lentitud, el clavo en la cabeza, las noches que se acortan, la oscuridad que cubre una forma de vivir plomiza, la incertidumbre de mi felicidad, a la que me aferro, pero que tantas veces amenaza con dejarme, rendirse ella también, buscar otros lugares menos hostiles.
Ni siquiera Juan, que creía tener acceso a mi alma y la llave de mi personalidad, podía hacerse la menor idea. Ni siquiera a él podía contarle que si el invierno me pilla de malas al menos una vez a la semana lloro por las noches, y que me rabia poder llegar a ser tan insegura y no afrontarlo de tú a tú con mi propia persona.
He intentado muchas veces esa utopía de conocerme, pero sigo en ello y Sonia no consigue acceder a Sonia. Tengo una intuición de mi casi absoluta forma de ser, pero siempre son fogonazos, estampas de luz sin agarrar, debido a los uniformes lados del ser humano, y parece que más aún de mí; me siento tan complicada y tan perdida que en ocasiones podría leerme como un libro abierto; eso es, pura contradicción. Estudiarse es la parte más atrayente a realizar entre el cerebro y el alma, o las partes inconexas que rigen la mente de una persona. Tal vez muera sin averiguar en verdad quién soy y como actúo cuando se me exige ponerlo todo.
El viaje más fascinante es el que se emprende una para sí, conectar contigo para poder hacerlo con los demás. Y me sigo alucinando, me pasmo y me quiero, quiebro la voz al recordar un pasaje o me intrigo por la ausencia de noticias de Juan, cuando mi propio pensamiento se creía que lo había eliminado. Pero él no hizo su trabajo y lo pago yo, siempre receptora de todos aquellos residuos mentales que el propio cerebro se niega a detonar. Así seguiré en esta travesía que, vista como algo positivo, puede llegar a ser emocionante, aunque se tenga que pagar el precio, el de los bajones, el desconcierto, el aturdimiento, las subidas de una montaña rusa si te atreves a redescubrirte con intensidad. Pues no quiero llorar más, pero no lo controlo; no quiero más Cipralex ni más automedicación, no quiero que me golpee el vacío ni que las ausencias pesen, no quiero estar el lunes de buen humor y el martes clamando por él. Y maldita sea, desconozco la solución. A si que habrá que limitarse únicamente a vivir, y con una misma convivir lo mejor que se pueda, siempre buscándose, siempre en tanteo, siempre a la expectativa.
Dentro de tres días es mi cumpleaños y ahí estaré, dispuesta a reventar un año más, con el objetivo de ahondar un poco más en los recovecos de esta existencia a la que no pienso dar descanso, y en la que llorar y perderse sólo será una tregua, para coger más oxígeno”.

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