Nulla dies sine linea

26 enero 2010

Por olas y sueños

Cuando era lo suficientemente joven para tener licencia aún para ciertos sueños, vivía la vida como si fuera una partida de póker en la que las cartas están marcadas, la jugada estudiada y el premio partido para repartir, sólo era cuestión de tiempo ganarlo, pero era inevitable. Tenía muy claro lo que quería y en mi ingenuidad pensaba que estaba todo controlado, que era la forma que debía. Nada, ni tu ímpetu y tus ganas de inventar, podían desviarme de la huella que tenia que pisar, aunque no encajara con la mía.
Y ahora que entro en el invierno de mi vida, que ya no tengo derecho a soñar, aprendo con una desesperada carga que en verdad nunca tuve intención de querer cambiar el rumbo de ese destino. Miro atrás y en mi alma llora una vieja melodía; hoy me duelen tus ojos que aún resqueman aunque no me alumbren, que observan en la oscuridad con un leve reproche para echarme en cara participar en la existencia con la partida terminada antes de empezarla, y me dejaste ir para salvarte a ti misma pero condenándome al desgaste y deterioro del equipaje donde iban mal atadas mis ilusiones de estabilidad, para que triunfara mi educación pero perdieran mis sentimientos, a favor de vivir con comodidad y en detrimento de amar con intensidad.
Fuiste tú la que te cansaste de verme perder empeñado en acabar esa partida prediseñada aunque no tenia interés en la emoción de jugarla; nunca supe templar de verdad la delgada línea entre lo que quería y lo que debía, vendí toda mi ilusión por un envejecimiento prematuro y pacté un acuerdo con cláusula que impedía volar. Atado a unos besos perpetuos que ya no me arañaban el corazón y tú escapando para dejarme vender mi vida en brazos de una adolescencia amputada, hoy sé que no puedo perdonarte que te rindieras, queriendo perder para que yo también lo hiciera, sabiendo en la distancia que sólo soy un cúmulo de sonrisas y buenas intenciones, de reuniones, de disfraces, de fingir y de miedo a no volver a sentir nunca más la plenitud de ese fuego abrasando por tu piel y el temblor de una sonrisa nerviosa cuando el silencio no es de aquellos incómodos porque la conversación se ha quedado sin nada que hablar, si no callar de tantas cosas que podríamos decir.
Cuando era lo suficientemente joven para tener licencia aún para ciertos sueños, nos los deje entrar, te eché de mi vida por miedo a temblar todos mis cimientos en que estaban constituidas mis certezas e intenciones, y ahora daría todo lo que no tengo por que todo fuera como aquella vez que hablablas risueña y despreocupada, caminando por una arena que marcaba una lejana línea en el horizonte, entre espumas de olas que jamás cesaron en mi memoria y afrontando el presente con una ilusión no pactada de un futuro que nunca llegaría.

No hay comentarios: