Nulla dies sine linea

18 enero 2010

Invisible



Era lacónicamente bella y de una supuesta inaccesibilidad a sus flaquezas que asustaba, cuando la conocí en esa etapa donde la adolescencia cede en su apogeo y vamos tímidamente entrando en el mundo de los adultos.
Los demás chicos del pueblo creían que era dura, una borde sin sentido del humor. Tenía una mirada canela y perdida entre sus ensoñaciones. En ocasiones tan metida en sí misma que me intrigaba lo que pensaba, qué se ocultaba detrás de esa forma de permanecer ausente y la impresión de que no escuchaba. La recuerdo esperando en el quiosco de la avenida, apoyada contra la pared, torciendo el gesto al verme aparecer, una leve y casi inapreciable mueca de alegría, de quien parece esperar a alguien de forma indiferente pero en su interior algo da un pequeño vuelco con su llegada. A veces caminaba con las manos metidas en los bolsillos de sus pantalones, pateando piedras a su encuentro en el camino, sacando un cigarrillo de un paquete menesteroso y arrugado que volvía a guardar con desdén. Hubo días en que a llegar a lo alto de la colina, después de decir ambos tonterías o hacerme algún que otro desprecio, yo sabía con habilidad como dirigir la conversación y ser todo lo humano y sensible que podía, y notaba su estremecimiento, su emoción; con la certeza de que estaba tan a gusto conmigo que no cambiaria ese momento por nada ni por nadie.
Algunos bienintencionados muchachotes, con muy alta estima de si mismos y carentes de sesera, farfullaban consignas de procedimientos con una chica, de la manera de atraerla a su opción y alardear de tácticas y conquistas dignas de un mentecato. Pero no existe acción comparada a saber crear el extraño vínculo que te une con una mujer. A mí me bastó con hacerla sentirse deseada. No hay nada que despierte más las pasiones en ellas. Conseguía que se supiera atractiva con cada mirada que le profesaba, ser tierno cuando era necesario, transmitirle seguridad. Aprendí a adivinar por las miradas y gestos de su esculpido rostro cuando anhelaba una caricia o cuando era el momento adecuado para un sensual beso, supe hasta identificar las diferentes alteraciones de su respiración, ponerle identidad a cada movimiento, jugar las bazas del erotismo o del cariño según los estímulos y señales que percibía, tan inapreciables a los sentidos inexpertos. Intentaba encajar las palabras perfectas en cada momento adecuado como enlazar eslabones de una cadena.
Por eso no hacen falta estrategias ni planes, lo único que se necesita es la naturalidad, para conectar, saber escuchar lo que su mirada y su cuerpo transmite, beber la vida que desprende su olor, hermanarte con su piel y ser confidente de sus sonrisas, guardián de sus secretos y miedos que confiese con una naturalidad apabullante por qué la haces sentirse protegida, cómoda contigo y segura de que esos invisibles lazos son reales, tan fuertes como un duro mosquetón de acero.
En dos veranos supe sacar todo de ella, poquito a poco, hasta ser el único que podía resbalar por sus ojos ausentes sin caerme, hasta tener la llave a su rictus inquebrantable y ser su protector.

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