Nulla dies sine linea

22 enero 2010

Sensaciones

Cuánto ha pasado desde entonces, y qué implacables momentos nos brinda el destino para ofrecernos una virulenta sacudida y mostrarnos algo, que por escondido y subyugado, no habíamos logrado ver en la luz.
Si me hicieran firmar ante un juez aseguraría que ya tan sólo tengo un vago recuerdo de su imagen, tan ajena y extraña a mi memoria como un chispazo fugaz de un rostro mezclado entre muchos. Pero maldita sea, recuerdo cada detalle, cada forma de su cara y hasta las líneas marcadas que bordeaban su sonrisa, esa dulce expresión de desconcierto e inocencia, recuerdo perfectamente que llevaba una blusa beis y una larga falda plisada. Sé que cuando pensaba entornaba los ojos a la derecha y que al hablar con contundencia sus cejas se arqueaban en forma de ‘u’ al revés.
Estaba al fondo de aquella barra tan atestada y tan solitaria, ruidosa y sucia como las avenidas que bombean cerca del corazón. Me extrañé a mi mismo, tan indiferente siempre a impactos inmediatos que la sorpresa tuvo aires de insólita al descubrirme mirándola, entre intrigado y abstraído, con una especie de complacencia embaucadora. No sé cómo llegué a su lado pero de repente ahí estaba, estrenando mi mejor sonrisa y mustiando una consigna a modo de saludo.
Su conversación era tan risueña y cálida como desconcertante su soledad. Era uno de los pocos sábado noche previos al cambio por lo que me bastaba con mi propia compañia, pero ella era inquietante aunque agradablemente naufraga en un tumulto de voces e intrascendencias. Al comienzo hablé por no callar y permanecí porque ya estaba ahí, pero según avanzaba el diálogo el alrededor desaparecía y en mi interior algo se alumbraba de forma candorosa. Sé que la miraba como se observa una escultura masculina desnuda en un museo, con serenidad, ocultando alguna turbación, impertérrito, actuando de tal manera que nadie de los cercanos pudiera notar algún síntoma de pudor. Pero mis ojos iban cediendo y se adueñaba de ellos el apreciable fulgor del encanto, la imposible de camuflar chispa de la atracción.
Y me despedí antes de que entrara en juego un peligro de fuerzas mayores.
Mi padre siempre me dijo que de la misma manera que cuando se desea algo de verdad hay que llegar tan lejos como haga falta y poner todo lo posible e imposible para alcanzarlo, también antes de tomar una decisión, si aparece fugazmente la brizna de la duda, si la seguridad no es integra e indisoluble y casi tangible, mejor no moverse.
Y fue la mejor decisión que tomé en mi accidentada vida. No podía hacerlo después de las sensaciones que me habían invadido en esa barra, tras atacarme una mirada de esa manera y brotar sobre mi pecho un sentimiento ascendente, ráfaga cálida de plenitud. Todo seguía igual tras el encuentro, pero también me turbaba saber que fui capaz de percibir y palpar evocaciones de esa manera, hacía tiempo que no me notaba así ni un cuerpo y una voz me sugerían tantas ganas de seguir conociendo. Entonces era cierto que fallaban engranajes fundamentales sin saberlo. Al ocurrir, podría repetirse más adelante y sería demasiado tarde. Por eso di el paso.
Cuando entré en el salón mi padre miraba absorto el cuadro del parque. Me saludó y enseguida viró el semblante al ver mi rostro. Sus ojos y su silencio preguntaban. Yo agache levemente la cabeza, pero mi voz sonó firme: 'Hay que cancelarlo todo, no me caso', le dije.

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