Nulla dies sine linea

07 septiembre 2007

De madrugadas y otros avatares

Dame una conversación fácilmente olvidable y una noche inolvidable y prometo serte fiel a pie de barra. Eso quería decirle con la mirada a la camarera que se paseaba a un lado y otro limpiando y recogiendo vasos. Era el más joven de los últimos clientes del maldito último bar de la jodida ciudad. Probablemente ella sea una estudiante ejemplar que trabaja en el negocio de su padre para sacarse unos ahorros con los que irse de vacaciones con el novio de turno, pero yo intentaba poner cara de interesante apoyado con el four roses a medio llorar en una mano y la colilla de un pitillo famélico en la otra, seguramente tenía un aspecto lamentable, con la cara enrojecida por el calor y el alcohol. Así todo, fantaseaba con que me dejara ser el último antes de cerrar el bar para los dos y acabar en algún hostal cercano. Muchas mujeres veían en él un tipo solitario e interesante con el que compartir una misteriosa cama y seguir con sus vidas a la mañana siguiente.
Pero el encapricho con la camarera era una estupidez ya que las condicones eran deplorables. Demasiado guapa para hacerme caso, lo que rondaba por mi cabeza eran chismes inútiles...pero es que le recordaba tanto a Susana...aquel ligue de caladas de entreclases de segundo de BUP,el mismo pelo rojizo y la misma expresión en los labios a la hora de llevarse a ellos un cigarrillo.
Sus idas y venidas indiferentes por dentro de la barra erán como insultos hacia mí. El tiempo se cargaba y la chica miraba el reloj con paciencia para llegar el momento de cerrar. Las veces que más cerca estaba era cuando me estaba cargando la copa, asi que este gesto se repitó con mayor frecuencia; simpre mirandola fijamente mientras ella lo hacia a la botella, o al requebrar de los hielos al contacto con el cálido liquido. La noche comenzaba a distorsionar la realidad y la cartera empezó a perder fondo.Sabía que si salía al cajero más cercano a la vuelta me encontraría con una verja cerrada y la luz de una farola iluminando mis pies. Entonces acabaría en cualquier bar de putas pagando una barbaridad por una cerveza, y no es que fuera un cliente habitual de prostitutas, pero a esas horas serían los únicos locales que permanecerían abiertos; y acostumbraba a estirar la noche todo lo posible. Aguanté hasta ser el penúltimo cliente y consciente de que mis cartuchos finales se rajaron en el momento mismo de darme cuenta que no era capaz de llevar una conversación sin trabarme ni titubear, me lanzé a los simple:
-Perdona, ¿puedo preguntar tu nombre?- murmuré despacio para disimular los estragos de los excesos.
-Susana.-dijo, y prendío otro Marlboro.

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