Nulla dies sine linea

20 abril 2010

Valor

Una simple niña con cerebro en desarrollo, de mirada curiosa y simpáticos rizos. Tenía Elena muy corta edad el día que no recibió una explicación coherente y convincente a sus razonables dudas y dejó de confiar en las vacías palabras de sus captores con supuesto afán educativo, cuando presintió que era la hora de buscar sus propias respuestas con el valiente paso al frente de atreverse a pensar, de intentarlo con todo el coraje de su corazón, aún con las circunstancias familiares y escolares en contra.
Y es que antes de ese día, que en realidad fue un elogioso proceso de madurez, había comenzado poco a poco, pedalada tras pedalada, a ser suspicaz ante aquellos que se convertían con suprema autoridad en jueces morales de los otros, que intentaban controlar los pensamientos y las acciones bajo la permanente amenaza de eternos martirios en un supuesto fuego abrasador. Era inquietante esa forma de inducir al miedo, de instigar la obediencia social, de crear individuos idénticos que aceptaran todos los supuestos ofrecidos con dosis metafóricas que imposibilitaban cualquier apelación al raciocinio. También tras comprobar como bastantes de sus amigas que ingenuamente comulgaban con ruedas de molino aplicaban después esas creencias y “rectitudes” a la manera que mejor les convenía, en una hipocresía que pese a contar con pocas primaveras, Elena ya vislumbraba con esa innata desconfianza; y pudo corroborar años después que la fe de sus amigas, esa que nunca supieron explicar ni esperaron tampoco una explicación, tan sólo era una excusa para mantener limpias sus conciencias, pertenecer a un estrato social o aferrarse al clavo ardiendo y al último refugio de las supersticiones, allí cuando la vida más cuesta arriba se ponía.
Miedo, en efecto, temor a la oscuridad que prosigue a la muerte, pánico a lo desconocido y a lo que se escapa a nuestro control.
Aunque desde bien pequeña le prometieran la divinidad y el paraíso a cambio de la confesión y el perdón, pronto tuvo la incontrolable necesidad de sospechar que la luz debería estar en otra parte, lejos de ese jugoso y tan lucrativo negocio; tal vez en la observación del mundo y de sí misma, tal vez en aquellos libros que desde las estanterías la llamaban a la insumisión del pensamiento, que de ninguna manera el conocimiento humano podía ser encorsetado entre tan magnánimas palabras atravesadas todas ellas por símbolos que no alcanzaba a descifrar ni a encontrarles utilidad. Aquellos libros, donde descubrió el pasado de poder y tortura de la gran máquina inquisidora, donde supo del asesinato sistemático del discrepante y el histórico ansia de poder y muerte. Aquellos libros, maravillosos transmisores del conocimiento, de los que ahora tan grato recuerdo guarda, donde también aprendió, a base de empeño y también sufrimiento por oponerse a todo su entorno, que una de las expresiones más hermosas de nuestra lengua es librepensador, tener la capacidad de que la vida y las lecturas te enseñen otros caminos al margen de los preestablecidos, siempre mediante un sistema implantado a base de manipulación sutil y prematura, que coarta la razón y engloba a todos los integrantes en el mismo saco, obligados a aceptar determinadas doctrinas sin posibilidad alguna de divergencias.
A ella jamás le gustaron las jerarquías, los rediles, ni muchos menos las imposiciones; sus principios no respondían al nombre de algo sacro ni sus valores estaban regidos por ninguna invisible fuerza divina; por eso según se iba desengañando decidió que sería individuo y no masa, llegó a la determinación que las personas nacen libres y puras y es la educación junto con los estímulos del entorno recibidos lo que las condicionan y modelan, que tendría la suficiente fuerza vital y personalidad para no dar nada por supuesto sólo porque sea repetido hasta la saciedad por los infatigables controladores de mentes, los inteligentes y perversos labradores de futuros adultos idiotizados que repitan al unísono consignas cuyo verdadero significado desconocen y por cuya ciega defensa siempre estarán dispuestos a derramar sangre.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

vaya toston ijodeputa, mucho adorno y poka historia

Anónimo dijo...

me encantò,...serè una lectora adolescente pero sè valorar lo que de verdad es bueno y tu relato es IMPRESIONANTE!!!!
marta**