Nulla dies sine linea

15 febrero 2010

La condena

A los dieciocho años las convicciones son montañas desde las que miramos; a los cuarenta y cinco, cavernas en las que nos escondemos. 'Bernice a lo garçon'

Somos todo lo que no tenemos, aquellos que fuimos y lo que creemos que seremos. Somos lo que callamos y lo que sentimos y lo que sabemos aunque nadie nos lo recuerde. Somos nosotros de verdad cuando tenemos cara a cara nuestras vergüenzas y nuestras limitaciones, nuestros errores y los asumimos para dejar que interiormente ellos nos humillen y pagar el castigo. También lo somos cuando nos quitamos la careta, cuando afrontamos lo esencial, cuando reconocemos que lo que soñamos y lo que esperábamos se ha esfumado porque nunca nada es lo que era cuando el desgaste y la mentira son inmisericordes.
Por eso cuando está sola, no puede mentirle a él. A ese espejo con luz mortecina que le devuelve un amago de sonrisa de carmín, a esos ojos semienterrados en la oscuridad que ocultan el foso profundo del alma y un escondido vacío. No se permite demostrar sus flaquezas en público, ni ante la gente que confía en ella y la supone tan feliz, tan perfecta, tan simpática y con una mente muy bien estructurada, de ideas claras y rutinas bien llevadas, de un ideal prediseñado para no permitirse objeciones.
Pero con nocturnidad, en soledad y frente al espejo, no puede engañar una sonrisa, es incapaz de sentirse satisfecha con lo que en él ve, y lo que es peor, con lo que se intuye, aquello que el reflejo no muestra, que se debe leer entre líneas de los contornos que deja entrever una mirada ambigua. Todo viene de un poco más abajo. A la altura del pecho. Un corazón acompasado desde siempre a no ahondar más allá, a quedarse con lo puesto, a tomar por bueno lo conocido y poner al resto el calificativo de lo peor por conocer.
El vacío existencial habitualmente es la condena para ese tipo de corazones compañeros de la necedad, y el tiempo suele ser implacable, sin clemencia; tarde o temprano viene a recoger las facturas, a reclamar lo que es suyo, a brindar por lo inevitable. El tiempo, como un cáncer de pulmón que llega a la persona que fumó durante toda su vida ignorando u obviando el desenlace, se va fraguando poco a poco pero se reserva su golpe maestro para el final, su verdadera venganza. Pero entonces será demasiado tarde, sin duda será tarde para salvarse. No habrá espejos que aún duden, posibilidad de empate ni público al que engañar; sólo arrugas y recuerdos, recuerdos y lamentos, lamentos y angustia bañada de melancolía, una sucesión de estaciones y años que pasan uno detrás de otro hasta percatarse de la insustancial rueda imparable de bienestares huecos…y la peor parte aparece cuando lanzas la vista atrás y descubres que en el rincón a lo largo de esa vida y ese corazón que nunca fue capaz de amar sin prejuicios, habita la certeza de que en todos los últimos años, a pesar de la juvenil idea de partida, no se ha sido feliz.

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