Nulla dies sine linea

03 febrero 2010

Conexión

Dime sólo una palabra que me haga volver a aquellos días, consigue con una caricia regresar al pasado y creer que somos aún jóvenes y que tenemos todas las ilusiones por delante.
Me lo suplicas pegada a mí, reconociendo aún el aroma salubre de tu piel en cada golpe de brisa que el aire trae, y devolviendo a su lugar la evidencia de que algunas pieles se tatúan al alma y el crepitar y el volumen de su contorno nunca desaparece de la memoria, aunque se suceda estación tras estación y los relojes se hayan solapado en evidencias muertas.
Te veo después de 19 años, diecinueve martillazos que fueron como una cadena perpetua en la que el tiempo no llegó a aliarse con el olvido y los recuerdos no quisieron someterse ni avenirse a su obligado lugar. Como siempre, parece que lleváramos un par de días sin saber el uno del otro. Algunas sensaciones de cohesión traspasan la norma y pertenecen a un nexo que ciertamente no es terrenal ni tangible. Pero incluso para nosotros, algo tan insignificante como toda una vida llega a ser demasiado. Ni los ojos miran igual, ni las palabras acechan buscando tu oído, ni tu cuello es tan besable, ni tus ojos tan azules. Yo tengo demasiadas canas dentro y fuera de mi cabeza como para jugar de nuevo a los veinteañeros que escapan a cualquier playa sin nombre.
Casi un par décadas con sus veranos desde el adiós, y al verte sólo un paseo basta, dos cómo has cambiado y tres miradas reconstructivas para congeniar el día con la noche. La colina de este paseo ennegrece, el frío vuelca tu pelo sobre mi rostro y de un impulso me abrazas, como la respuesta a una necesidad, tal vez intentando recobrar un calor perdido en un recoveco del camino, ese que nos ha llevado a encontrarnos con vidas distintas y años de más. Tu marido te espera, mi mujer ya no llega. He rememorado hoy hablando contigo algo que llevaba demasiados noviembres muy dentro de mí, pero las señales que este horizonte con su crepúsculo me mandan indican que todo quedó servido hace muchos kilómetros de la existencia.
Por un momento creemos que sería posible cambiar el rumbo de la historia. Sigues abrazándome mientras beso tus mejillas.
—Dime sólo una palabra que me haga volver a aquellos días, consigue con una caricia regresar al pasado y creer que somos aún jóvenes y que tenemos todas las ilusiones por delante. Tú podías hacerme soñar, podías llevarme donde quisieras; prueba una vez más a serlo todo para mí.
Calculo la brecha que la pérdida de la juventud y los años de nada ha causado en mí.
—Ya no puedo hacerlo.
—No lo entiendo, somos nosotros, más viejos y más desencantados pero seguimos siendo nosotros, los que con un golpe de motor huíamos de cualquier convención y prejuicio y amábamos hasta nuestros silencios, ¿qué nos ha pasado?
Miro tus ojos lánguidos y un cielo plomizo desciende sobre el repecho donde vemos el horizonte. La respuesta es tan injusta como inevitable, y lo más real es que se presenta eterna:
—El tiempo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

uno de los mejores