Nulla dies sine linea

16 mayo 2011

Postales

Me descubro a mí mismo en cada viaje del camino y sé que sigo siendo como ese niño que coleccionaba cromos de época y le fastidiaba cuando le salían repetidos. La novedad me renueva. Sigo acumulando postales en la retentiva de la cabeza y hoy traigo un buen puñado de ellas, todas inéditas, del periplo por el sur de España; con la condescendencia del tiempo libre, con la parsimonia del turista inquieto que no se altera por horarios ni planificaciones, que es capaz de detenerse el tiempo que haga falta para admirar la belleza de un paisaje que tal vez sólo el ve, o habita en su memoria.
Viajo sin ordenador porque nunca lo he necesitado para moverme, sus hilos con lo virtual y prosaico pueden impedirme desconectar de la tediosa realidad del día a día y vivir esa otra intemporal que se visualiza sin cables ni redes. En cambio sí viajo con libros, compañeros silenciosos que tantas cosas me dicen y que según la situación los hago gritar o susurrar, una compañía fiel que pesa bastante menos y me ocupa mucho más en esos lugares que únicamente me interesa a mí que entren.
Cuando regreso, pienso en las postales que traigo en el disco duro de mi memoria, y evocándolas, trato de escribir sobre ellas, o colocarlas en mi álbum secreto, con la serenidad que me dan el tiempo y la independencia, sabiendo el punto exacto donde van a encajar esas imágenes.
Para eso fui furcia antes que monja, por eso llevo muchos años criando canas en la barba, y también por eso me separé dos veces: porque siempre encuentro una mujer momentánea de la que me enamoro y seguidamente olvido en el mismo tiempo que duran mis excursiones. Esos romances pasajeros que me empujan a reconocer que estoy a su vez atrapado en un eterno adolescente que rehuye el compromiso y la falta de alicientes en esta existencia tan perra.
Enamorarse por afición, o fingir hacerlo. Las mujeres y las novelas han sido mis dos aficiones principales desde que tengo consciencia, pero mi debilidad por ellas es tan grande como mi posterior indiferencia.
Así descorcho una botella de vino con la primera cuyos ojos me sugieren riesgo y pasión, y me empeño en que nos abandonemos con las nacientes luces del último día. Siempre esos hoteles de sábanas anónimas donde emborracharse de vodka y vida, soñar una juventud de la que llevo escapando algunos años.
Algun día, si tomamos una caña juntos, le contaré a usted las cosas que han visto estos ojitos, las ciudades que aún me añoran, los aeropuertos donde dormí, los rótulos luminosos alumbrando el engaño de una noche sin fin, burdeles de distintas nacionalidades, las barras que he firmado, políticos y escritores con debilidad por los ácidos y toda la gente que llegué a conocer y los turbios momentos compartidos. Si me cae usted bien, tal vez le hable de amantes de un día y de desayunos al calor de una resaca. De empeñarme en ser un foráneo en Viena, como los protagonistas de 'Antes del amanecer'.
La última era una andaluza morena y tan guapa (y joven, demonios, joven) que la sal de su cuerpo azotado por el sol y la brisa echaba más leña al fuego de mis heridas. De mi alma machacada. La postal más hermosa que recuerdo, mirando esas playas y pensando que cuando vuelva a casa sus ojos negros serán tan sólo una feliz evocación y excusa para pensar en Andalucía, los libros, la tierra y la libertad.

3 comentarios:

Alba Teresa Porta Garcia dijo...

El matrimonio es un estado violento, o no es nada. Suprime enriquecerte o enriquecer a los demás con un viaje, suprime hurgar en él como un animal que hurga en el suelo y se ensaña con cada minuto, y no habrá viaje.

Roberto GRANDA dijo...

Veo que has captado la metáfora de "los viajes", que son un estado mental más que nada, puedes irte a la calle de al lado y hacerlo fascinante.
Como te dije, el personaje no ha estado en Andalucía en su puta vida. Yo tampoco.

Alba Teresa Porta Garcia dijo...

A veces no es necesario ni salir a la calle. Hacer desplazar el cuerpo no es otra cosa que razonar en la idea de que nuestra mente tiene una atadura insalvable. Mover lo nítido y palpable para obligarnos a ir allí... En realidad no hace falta moverse del sitio.