Nulla dies sine linea

28 enero 2009

La vuelta

11 de febrero de 1938:
Me pregunto si acaso mi mujer me reconocerá cuando sea que vuelva a su lado, sin antes envolver sus ojos de luto.
He envejecido tanto por dentro en tan pocos meses, y las cosas que he visto, que me han cambiado, los abismos que visité, los lugares insólitos a los que descendí…mi mundo ha tergiversado alejado de ella y las cicatrices internas repercuten en mi personalidad cómo el destello de una bala.
Su reflejo se me pierde por los embarrados senderos, y ya no somos aprendices de nada, ni para saber querer.
Esa forma de recordarla, tan temida como admirada, en la que me llego a plantear ciertos interrogantes, por qué en mi pensamiento hasta cuando intento acariciarla me hago daño.
Necesito la experiencia de lo vivido, y la muerte revelada en mis ojos, como un suspiro póstumo, que quiere alcanzar la plenitud y la perpetuidad de su recuerdo baldío.
Ya no distingo entre su existencia y los sueños, entre lo que fuimos y lo que será ahora el nombre de la compañera que tanto quiero y añoro.
El sol me trae la suavidad de su rostro, y en anocheceres como el de hoy, a cientos de kilómetros de distancia, con una manta debajo de mi cuerpo y un manto de estrellas que surge encima, creo advertir su olor (rebosante y breve) entre mi preludio de letargo y la indiferente aurora, su estatua en el horizonte, su voz susurrando entre los silbidos de la noche y la luna que toca su vals; pero es transparente su ausencia y estoy falto de su calor, ese que emana de su cuerpo y de cada poro de su piel, pero que no puede derrotar estas tinieblas de horror que me acompañan; y la foto vacante que me sigue observando, pues todo cuanto poseo es mi propia memoria y un fusil que a cada disparo me empuja ferozmente de mi casa.
Ella espera tras la incertidumbre de una despedida en una calle descalza y el recuerdo que le dejó un beso vidrioso y una carta de letras vacías.

No hay comentarios: