Nulla dies sine linea

10 agosto 2011

Tinta emérita

Conocí a Carla cuando era demasiado joven para tener un pasado al que darle la espalda, cuando estaba muy lejos de realizar el ejercicio de hundir el brazo en la oscuridad y sacar a la luz los recuerdos perdidos. La conocí cuando su mirada no era como una cinta de seda alrededor de una bomba.
Me leía las historias que garabateaba con admirable precisión en su libreta de anillas y después me observaba, expectante y en silencio, esperando mi aprobación, mi mirada clarividente, el pequeño comentario o gruñido a modo de visto bueno. Incluso cuando yo aceptaba a regañadientes escuchar sus cuentos, parecía extrañamente satisfecha. Le sacaba algunos años y para ella mi opinión y mi tiempo lo eran todo, con su inocencia de niña que vive el sueño de la literatura.
Con el paso del tiempo recordé enternecido, como recuerdo ahora y recordaré siempre, sus primeras historias que trataban de alcanzar algo que se le escapaba, el incomprendible mundo de los adultos con sus alegrías y pocas miserias, donde todo era fascinante, misterioso, extraño. Retrataba ese lugar llamado madurez como un sinfín de aventuras y vibraciones, con un intento vaticinador que era adorable por lo ingenuo y por el esfuerzo profético.
Esas libretas, aquellas palabras de su puño y letra la vieron nacer y crecer, espiaron sus primeros pasos, escucharon sus primeras voces, y fueron testigos del despertar de su sensibilidad a los riesgos y maravillas del mundo exterior. Y tengo en un prodigioso lugar de la memoria la teoría que su padre le narró una noche y que Carla me dijo. Ésa que decía que la vida es una maleta que vamos llenando, con trastos y objetos que son la experiencia de lo vivido y lo que sabemos y aprendemos, las personas que vamos conociendo, la propia fragua de la personalidad. Ese interior va cambiando, vamos tirando lo que ya no nos sirve, introducimos nuevos complementos, nuevas formas de pensar. El interior de la maleta va transformándose, pero el exterior, la propia maleta, somos nosotros, es nuestro yo más puro, la misma esencia que tenemos desde que nacimos. Y tan sólo esperamos llegar al final sin el equipaje muy lleno, demasiado cargados o con los abalorios que no supimos o podimos desprendernos de ellos a tiempo.
Yo no recordaría este episodio si no me lo hubiera repetido de niño y de mozo hasta la saciedad. Y me recuerdo junto a ella, en la penumbra del inmenso cuarto de estar, absortos en la lectura de sus escritos, que poco a poco iban dando forma y sentido a episodios de otras vidas que nosotros nunca llegamos a conocer.
Porque Carla siguió escribiendo y cumpliendo años, y llegó a ser considerada por algunos certámenes juveniles y de literatura novel como la escritora con más talento y proyección.

La primera vez que huyó de la ciudad lanzándose a territorios agrestres a vivir como una alimaña y permanecía meses a solas con ella misma, todos en su entorno pensaron que lo hacía por satisfacer su gusto. Porque nadie sospechaba que allí en la ciudad llegó un momento en que ni ella entendía lo que hablaban ni era capaz de hacerse entender. Que sus largos períodos sin dar señales de vida era en contraposición con el estruendo de la avaricia, la trampa, la mentira, la cobardía y la lascivia que campean en el mundo. El enigma merecía aclaración que nunca se tuvo. Su mirada no volvió a ser la misma, su semblante era diferente; aquella boca nunca se volvió a abrir para reír de la misma manera. Una nota a pie de página de un libro reproducía una frase atribuida a Frida Kahlo: "El alba siempre está demasiado lejos. Ya no sé si la deseo o si lo que quiero es hundirme más profundamente en la noche".
Supongo que había pagado también su cupo de miedo, y quiero pensar fue feliz mientras desapareció. Tal vez fue el duro choque con la realidad, la imposibilidad de transcribir el dolor, o la conciencia de un hombre envilecido, el contacto con lo humanamente deleznable. Algo moralmente situado en el último peldaño de nuestra especie, lo que le hizo cambiar. Tristes peculiaridades de la condición humana que se deslizan a ras de tierra y que a una mujer de espíritu exquisito le resulta insufrible confesar, dejándolo para ella, al precio de una íntima repugnancia.
Pocos saben de sus actividades, y yo aún leo con deleite los viejos garabatos que una tarde hace muchos siglos me regaló, y me gusta pensar en el esfuerzo de Carla por mantener el equilibrio del relato, aunque ya no los veo como una parte inseparable de sí misma.
Creo que trabaja mucho en una ocupación que no les gusta casi nada. Ella dijo algo de un punto de partida hacia nuevos rumbos. Habló de una etapa de transición. Pero Carla nunca volvió a escribir.



1 comentario:

Pavel dijo...

En cada frase una escena, un recuerdo, una cita, un mensaje.
Se percibe que querías escribir, decir muchas cosas, y todas acompañadas de una gran cita de Frida Khalo.
Una vez más, me seduce tus escritos.
Sigue así, no cambies