Nulla dies sine linea

02 febrero 2011

Momentos de gloria

Paseamos bajo esta inusualmente cálida noche de enero. Cómo hemos llegado a subir tan rápido no lo sé. En la oscuridad del cine podía sentir tus vibraciones tan cercanas y el olor propio de tu piel. Un silencio compartido e intenso que en ningún momento llegó a ser incómodo. Mujeres así exiguen una emoción especial, una experiencia especial. Imagino todos los hombres que te han querido, puedo hacerme una idea de cómo eran. Tipos embriagados por tu infinita belleza que ponían como aval en la conquista su muy buena posición y un registro impoluto de chico decente digno y merecedor de tus ojos claros. Me doy cuenta, aún con mi orgullo y mi ambición, de que en cierto sentido yo soy mejor que aquellos hombres. Que quisieron ser eternos y casi lo consiguen si no fuera porque de vez en cuando aparece alguien como yo que te invita a vivir de verdad aunque sólo sea por un fragmento de espacio y eternidad.
Sonrío al pensar en estas pasiones caducas, en los romances intensos y derrotados desde el principio. La juventud siempre es un sueño, una forma de locura química. Pero es agradable estar loco. Nos otorga una estupenda sensación incesante de cambio continuo, de vida intensa, de apasionada vitalidad, equilibrada sólo en parte por el fulgor triste de las derrotas. Pero no hay mucho más. Y podemos querernos algún tiempo, tú y yo, un año o así. Es una forma de embriaguez divina al alcance de cualquiera.
Luego las cosas se irán poniendo poco a poco en su sitio, como un mar que se retira después de penetrar en la tierra y desbaratarlo todo. La marea alcanza de nuevo su espacio. Es después cuando todo el brillo imperecedero empieza a oxidarse, tanteamos nuestro rincón en el mundo en personas que nos estabilicen, que sean un seguro de vida, una tabla de sujección después de la resaca y la ventisca. Algunas personas sólo vivimos un tiempo en común mientras dura el esplendor de la belleza, mientras aún queda algo de ingenuidad en la mirada. Aunque daré toda mi vida por buscar siempre ese vuelco en el alma, frente a conservadurismos e hipocresías.
Es posible que tu pelo siga siendo siempre igual de dorado para mí, que las sensaciones sean las mismas que cuando te conocí siendos unos niños, aunque sea el vivo recuerdo del amor golpeando lo que mantiene en pie la memoria, cuando me acercaba a tu amistad con la llamada de la belleza.
A pesar de lo que dicen nuestros besos, el cerebro sabe que juntos para siempre es una mentira. Hoy tus ojos tienen el placer y el dolor de la fugacidad de las cosas, un temblor de inestabilidad, de arriesgarlo todo por una aventura, por ser amantes, por reírnos del destino y enseñarle las bragas a la vida. Cuando me dijiste "no sé qué me pasa, hasta ayer creía que estaba enamorada de un hombre y esta noche creo que estoy enamorada de ti" me parecieron palabras hermosas y románticas, y no pude dominar aquella emotividad deliciosa. Por eso cuando me asegures que no vas a volver con él, sabré que mientes, pero me alegraré de que te molestes en mentirme. Pues nadie permanece tanto tiempo si no ha visto el placer de la continuidad, por eso sé que regresarás con él como todas regresan siempre buscando un techo donde no llueva.
Mujeres bellas y distinguidas actúan así, abandonan y vuelven con la misma facilidad que cambian el tinte de su pelo. Si ven que hay muestras de indiferencia por parte del abandonado, les dedican un día escaso de ternura que los anima a resistir un año o mucho más. Semejantes incursiones contra los indefensos y derrotados las emprenden sin malicia y, desde luego, sin apenas darse cuenta que hay algo perverso en lo que hacen. Los atraen, se aburren, los vuelven a atraer. Luego lanzan un "siento haber actuado mal, aunque quizá me hayas olvidado y te hayas enamorado de otra". Y su seguridad es, evidentemente, extraordinaria. Dicen, en realidad, que les parecería increíble una cosa así, y que, si fuera verdad, ellos habrían cometido una imprudencia infantil, probablemente por despecho.
Nosotros moriremos queriendo. Brutalmente nos arrancaremos a tiras la ropa y saciaremos los cuerpos hasta que el puro fuego nos calcine. Arderemos con fuerza y nos consumiremos con la misma fulgurante intensidad. Viviremos el éxtasis de un noviazgo, un éxtasis fortalecido por la consciencia de que no es un noviazgo. Son esos breves instantes de gloria los que dejan una huella tan grande como el abismo del amor al marcharse, una marca implantada en la memoria que nos acompaña hasta el final de los días, que sirve para tirar para adelante cuando flaqueen los engranajes de nuestra máquina perfecta, pierda firmeza lo terso de la piel, cuando un imperceptible frío se vaya adosando poco a poco en nuestro interior y el desencanto purge de emociones lo que antes era una continua pasión. Un destello de juventud que, en las noches largas de sueños de invierno, nos recuerde lo que fuimos y lo que llegamos a amar, cuando miremos a nuestro lado de la cama y en nuestro corazón todo lo invada la oscuridad.

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